Debemos tratar los asuntos de la vida pública de forma pasional, tremendista e incluso exagerada . Si apretamos la conciencia del político, si lo presionamos como a un tubo de pasta dental, de ellos vertemos automáticamente villanía, cobardía y rencor. Los políticos aprecian la contaminación que emite la masa popular, es muy feliz si se le insulta, es incluso una prueba de su particular coherencia. El politico elogiado por los medios de comunicación, comprueba su propia obra y no es más que un triste envoltorio de la utilidad pública, envoltorios que disimulan la bestialidad, impregnarse de excrementos para esconder las verdaderas púsutlas de la codicia, inmundicia que se confirma con las moscas satélites que confirman la norma.
Resulta no existir nada más triste que el victimismo, disfraz animal para pedir respeto de la forma más vergonzosa , dando pena. El político es el victimista profesional por excelencia.
Hacen falta hombres fuertes, rectos y precisos, y que no se "entienda a la ligera" lo aceptado. Lo aceptado es una complicación, lo aceptado siempre será flaso. Lo aceptado siempre actúa como guía de lo espiritual que se materializa con palabras que nos crean ilusiones ficitícias. Si vivimos de los aceptado nos devoraremos a nosotros mismos, nos agrederemos a nosotros mismos, seremos no más que animales de carga y tiro.
La expontaneidad, las ganas y predisposición, y la originalidad de la injusticia, esa pequeña realidad que todos practicamos, aveces sin ser conscientes, nos hace preciosos y acordes naturalmente con nuestras almas.
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